La muerte es algo inevitable en la especie humana, todos tendremos que abandonar nuestro cuerpos físicos en algún momento, es inevitable. La pandemia del Corona Virus (COVID-19) ha puesto de relieve únicamente un factor real ya vigente en nuestra especie, mortal y frágil. Algunos no eligen ni cómo vivir ni cómo morir, pero otros sí tienen el privilegio de decidirlo. Usualmente son quienes tienen un propósito claramente identificado en su vida los que toman conciencia rápidamente sobre la brevedad y fragilidad de la vida terrestre, entonces asumen su vida con hidalguía dándolo todo e intentando reflejar la máxima virtud jamás presente: el amor. Son quienes logran reconocer que los impulsos más potentes en la especie humana no derivan de reflexiones lógicas sino de anhelos espirituales que buscan cumplir una misión sublime y trascendente. Estos son los que viven sin temor alguno, porque son conscientes que no existe seguro para el amor. iAy de quienes no saben amar ni ser amados! Miserables vidas que al no saber cómo amar viven intentando preservar una seguridad imaginada, una reputación superficial, una conveniencia relativa. Realmente son muertos espirituales pero con vida biológica; sepulcros parlantes.
En ese sentido, hay quienes no creen en una vida después de la muerte, en otras palabras son quienes solamente imaginan su vida como una realidad biológica y concreta, solo lo material existe. Quienes ostentan esta visión de vida no solo son materialistas sino también usualmente nihilistas, aun cuando no sean conscientes de su condición, porque creen que no hay nada, que en realidad no existe nada detrás del cosmos y por ende no hay verdad, ni propósito ni moral (bien y mal), sino simplemente lo que existe materialmente, nuestros apetitos naturales de la carne, nuestras verdades y lo que es positivo y negativo desde nuestro ángulo, que desde luego debe ser el predominante o sino está condenado a perecer.
«El hombre materialista entonces imagina que en esta vida quien saca mayor provecho es un ganador y quien vive pensando en los celestial, trascendente, espiritual, verdadero, justo, etc. es un perdedor que se justifica bajo una religión o ideal…»
Entre los expositores de este pensamiento hay varios reconocidos como el nihilista y existencialista Jean Paul Sartre, el hedonista y nihilista Michel Foucault, el filólogo ateo Frederich Nietzsche, y el conferencista agnóstico Richard Dawkins, entre otros. Estos personajes para nombrar alguno de los más notables son quienes han copado la academia oficial para desde allí intentar inocular su visión de vida donde uno mismo crea su identidad, propósito y fin. Cada uno es su propio dios y no hay nada absoluto, trascendente, moral, veraz, eterno, espiritual, etc. El hombre materialista entonces imagina que en esta vida quien saca mayor provecho es un ganador y quien vive pensando en los celestial, trascendente, espiritual, verdadero, justo, etc. es un perdedor que se justifica bajo una religión o ideal, el materialista no ve lógica ni sentido en sacrificar su vida por amor a sus hijos, o sea su familia, por eso aunque entiende no asimila o empatiza genuinamente con el patriotismo de los soldados que se entregan honorablemente por el bienestar común, nunca podrá comprender porque habría un conjunto de personas dispuestos a exponerse a sí mismos por amor al enfermo, no comprenden el propósito del dolor ni el sufrimiento, lo ven únicamente como una carga y dilatador del desarrollo humano. Por el contrario, imaginan que quienes viven de esta forma estorban la visión del «gran hombre» que se imagina «iluminado» y empoderado por un destino que lo coloca por encima de sus pares aún dormidos. El problema de fondo se da cuando la realidad de la ley moral acontece en sus vidas o cuando el imprevisto futuro les depara sorpresivamente una enfermedad temible o cuando de pronto le acontece derrotas y fracasos inevitables en su vida. ¿Cómo lidiaría el hombre materialista ante estos escenarios sino tiene esperanza en un Ser Superior capaz de empatizar con su situación y ayudarle? Simplemente le es inconcebible, por ende rechaza a Dios y asimismo rechaza la fe y vida abundante y plena que promete, condenándose así mismo al abandonar toda esperanza de un mejor futuro y termina entrando en pánico y terror, muchas veces optando por el suicidio para evitar un sufrimiento agónico y tedioso.
En cambio, el hombre que ha nacido de Espíritu ve todo con un propósito, la derrota, la enfermedad, el dolor, la pandemia, etc. y no se asusta ni entra en pánico por nada. No es esclavo de nadie ni nada, no permite ser arrinconado por consideraciones únicamente materiales y concretas sino que ve más allá de lo visible, no visualiza la fotografía que todos ven sino que es capaz de entender la radiografía, no se queda en lo aparente sino que reconoce lo esencial. Es capaz de descifrar el aroma que nadie sabe qué es y puede reconocer la melodía que todos escuchan pero que pocos se deleitan. El hombre espiritual busca agradar primeramente a su Creador, es entregado, valiente, esforzado, lleno de fe y vigor espiritual. Se asume esclavo de la justicia como el Apóstol Pablo lo hizo, se entrega por una causa mayor que él mismo y vive así una vida plena con un propósito que abraza la trascendencia sublime de lo eterno y bueno y nunca desespera ni teme nada ni a nadie.Que el Señor permita que todos seamos renovados en su Espiritu, cambiando nuestra forma de pensar según su propio pensamiento y deseo, que es bueno y agradable para todos